5 mitos sobre los neandertales desmontados por la paleogenética

El fundador de la paleogenética y Premio Princesa de Asturias en 2018 Svante Pääbo ha venido a dar una conferencia al Instituto de Neurociencias UMH CSIC y en el salón de actos no cabe un alfiler. Nada despierta más el interés de un homo sapiens que la pregunta “¿De dónde venimos?”.

Hasta que el Prof. Pääbo inventó esta disciplina, todo lo que podíamos saber sobre la estructura genética de nuestros antepasados homínidos era pura especulación. “Si Pääbo no tiene un Nobel es porque no le aplica ninguna categoría”, se comenta entre el público. Gracias a sus técnicas, hemos podido recuperar el 99,9% del genoma neandertal y viajar atrás en el tiempo más de 400.000 años hasta el momento en que nuestros caminos evolutivos se separaron… O no.

Porque cuanto más descubrimos sobre los neandertales, más cuestionamos la imagen que tenemos de ellos. Y algunas de estas cuestiones ya tienen respuesta. Durante su ponencia, Svante Pääbo desmontó varios mitos y creencias erróneos sobre nuestros antepasados no tan lejanos. También nos dejó dándole vueltas a varias preguntas.

Mito 1. El ADN de los neandertales no se puede analizar

El propio Pääbo lo dijo en 1997. Afortunadamente, pocos años después, él mismo se contradijo. Aunque contamos con muchas muestras de hueso de homínido, el ADN que contienen está desintegrado (se conservan fragmentos demasiado pequeños) y contaminado (incluye el material genético de otras bacterias que han estado alojadas en el hueso y en el suelo). Además, hasta hace poco tiempo las técnicas de análisis de ADN eran costosas y lentas, lo cual limitaba mucho las posibilidades de reconstruir el genoma de una especie a partir de muchas muestras diferentes. Pero hoy en día podemos analizar muchas muestras al mismo tiempo, descartar el material genético “intruso” y poner en común todos los resultados mediante bases de datos de genomas que se estudian simultáneamente por todo el mundo.

Mito 2. El homo sapiens y el neandertal son especies distintas

“Siempre que nos hemos encontrado, nos hemos mezclado”, dice el Prof. Pääbo. Durante décadas, existió la controversia de si nuestras especies habían convivido, si lo habían hecho en paz o si por el contrario el sapiens erradicó al neandertal debido a su inteligencia superior. El dictamen de la paleogenética es claro: el sapiens y el neandertal se mezclaron en varias ocasiones. Lo mismo ocurrió con neandertales y denisovanos (otra variante homínida dominante en Asia central). Incluso hemos llegado a pillar a alguna pareja “en el acto”, explica el Prof. Pääbo. Es decir, hemos llegado a identificar un sujeto que era hijo de un denisovano y de una neandertal. El resultado de esta interacción es que hoy en día todos los descendientes de homínidos euroasiáticos tenemos entre un 1% y un 2% de ADN neandertal. En Papua Nueva Guinea, cada individuo tiene además un 5% de denisovano.

Mito 3. Los neandertales se extinguieron por completo

El hecho de que nos mezcláramos y parte del ADN neandertal sobreviviera, echa por tierra la teoría de la extinción. Ahora, los paleontólogos apoyan la teoría de la asimilación: quizás los neandertales aprendieron a convivir con (o sobrevivir a) los sapiens, aunque sus poblaciones fueran mucho más reducidas. Los neandertales son, de hecho, nuestro pariente homínido más cercano. Entre todos los humanos de hoy en día, seguimos manteniendo vivo la mitad del genoma del homo neandertalensis, aunque dentro de cada uno de nosotros haya distintos pedazos del total.

Mito 4. Nuestros genes neandertales son “menos evolucionados”

Para nada. De hecho, pensemos que los genes que sobreviven generación tras generación son -al menos en algún sentido- los “mejores” genes: los más adaptados al hambre o al frío, los que nos hacen más fuertes o más listos… De los neandertales hemos heredado muchos buenos genes. Por ejemplo, gracias a ellos se puede ser resistente a las bacterias que provocan úlceras. También podríamos ser más resistentes a la inanición. Aunque con frecuencia este aspecto de nuestra genética neandertal se vuelve en nuestra contra, y el mismo código es el que nos hace propensos a la diabetes tipo 2 porque comemos demasiado. Lejos de ser una anécdota en nuestra construcción genética, los neandertales nos definen. Cuanto más aprendamos sobre ellos, más aprenderemos sobre nosotros mismos.

Mito 5. Los neandertales eran brutos e insensibles

Si tenían mejores o peores maneras, de momento es imposible saberlo. Lo que sí tenemos claro es que sentían más dolor que nosotros. Cuando nos damos un golpe o nos hacemos una herida, los receptores sensoriales periféricos abren sus “compuertas del dolor” para llevar al cerebro esta señal de alerta ante el peligro. Esta compuerta puede estar abierta más o menos tiempo, provocando más o menos dolor. Seguramente a modo de mecanismo de defensa, las “compuertas” del dolor de los neandertales permanecían abiertas más tiempo. La percepción del dolor está directamente relacionada con la edad. Cuanto mayores somos, más dolor manifestamos. Para que nos hagamos una idea, un neandertal era ocho años más viejo que un hombre moderno cuando se trataba de “sentir los achaques”.

Si somos parte neandertal, parte denisovano, parte cromañón, etc. ¿Qué somos? ¿Qué es lo que nos hace ser “nosotros”? Existe todavía una incógnita en nuestro mapa genético, una parte que todavía no se ha podido atribuir a ningún antepasado. Y con este interrogante nos deja Svante Pääbo. Él intuye, como buen científico, que esta parte todavía en blanco corresponde simplemente a los ancestros cuyo ADN todavía no hemos sido capaces de reconstruir. Principalmente australopitecos africanos, cuyos restos tendrán que esperar a mejores técnicas de análisis. Pero, ¿y si en esta misteriosa parte de nuestra genética encontramos precisamente aquellas características que nos separaron de los simios hace ocho millones de años? ¿Por qué y cómo han sido capaces estos genes de sobrevivir tanto tiempo a otras contribuciones genéticas? A la paleogenética le queda mucho por descubrir: sobre las llanuras de África, bajo el permafrost de Siberia, en el arte rupestre de La Pasiega, en el núcleo de nuestras propias células.

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